Llevo tiempo queriendo escribir algo sobre el tema de las elecciones; o mejor dicho, sobre esa materia global, llamada política, en España. Así que, sin ánimo de herir sensibilidades, y sin ánimo de ser ni si quiera respaldado, voy a escribir alguna parrafada al respecto.
Nunca me ha motivado especialmente la política; y sobre todo, nunca me he sentido bien representado por ningún partido político. Pero estoy indignado. Aunque quizás si empleo esta palabra, se me puede encasillar con una determinada ideología o algún partido político; así que cambiemos la palabra por «molesto».
Estoy molesto. Muy molesto. Y estoy molesto no se muy bien con quién, quizás con mis conciudadanos españoles, quizás con mis representantes políticos, quizás con los medios de comunicación.
Estoy molesto, no porque parezca que tenga que volver a votar ¡por tercera vez!, puesto que creo que es mi derecho y obligación como ciudadano; sino que lo tenga que hacer porque los representantes políticos de mi país no paren de mirarse el ombligo, darse bofetadas mediáticas y acusarse quejicosamente cual niños de parvulario.
Estoy molesto porque los medios de comunicación de mi país, absolutamente todos, sirvan más a sus intereses económicos, partidistas y particulares -desacreditando al contrincante político de turno-, que a la información veraz, independiente, ponderada y crítica con la realidad; la cual debería ser su verdadera vocación de servicio, sin afinidad a unas siglas políticas.
Estoy molesto con mis compatriotas. Somos tan apasionados como volubles. Lo que un día es idolatrado, pasa en pocos años, meses, o días a ser denostado, o peor, olvidado. Nuestra cultura de opinión total (llámenlo cultura de barra de bar, o de sillón de peluquería), llena los programas de televisión que son consumidos salvajemente. Los mismos contertulios que igual se atreven a opinar sobre la vida amorosa de un cualquiera, lo hacen también sobre el último debate electoral, o el fútbol que despliega la selección. Es claro que la opinión colectiva se forja más con la televisión (cada vez más basura), que con reflexiones personales más o menos críticas y formadas.
Pero quizás quienes más se lleven mi cuota de cabreo, sean los políticos. La llamada clase política. Quizás sea lo más fácil. Son los que están más expuestos. Y quizás sea por mi parte un poco burdo meterles a todos en el mismo saco. Sin embargo, creo que todos comparten ciertas situaciones que les hacen gozar de mi «simpatía».
Mi manera irónica de resumir la situación política de nuestro país en el último año es que hemos pasado de una función circense de 2 compañías a un espectáculo formado por 4 compañías. Un espectáculo retransmitido diariamente y en el cual las dos nuevas compañías han imitado completamente el «modus graciosandi» -permítraseme el palabro- de las otras dos compañías. Los números del «y tú más», el «pos anda que tú», el «y no quiero mirar a nadie», han convivido con los números de lanzamiento de cuchillos y sables o el número del «pues ahora no te doy la mano para que se vea que no te ajunto». Las dos veteranas compañías que monopolizaban las funciones, parece que han encontrado cierta gracia con la llegada de las nuevas, pues han seguido utilizando sus mismos números, pero ahora han encontrado más adversarios a los que enfrentarse, lo cual resulta sin duda alguna más entretenido.
Todo ello, bien televisado, con titulares bien claros y contundentes. Cada compañía con sus colores bien diferentes, al igual que los equipos de fútbol, para que se les pueda identificar bien. Toda un función con su escenografía bien estudiada. Cada movimiento, cada atuendo, cada palabra, cada fondo…
¿Y detrás? ¿Y lo que es la política? Está claro que sólo el que gobierna puede hacer política real gestionando recursos, marcando líneas para cumplir unos u otros objetivos. Pero… ¿qué se sabe de los hilos que manejan a las compañías circenses? ¿Qué pactos existen entre ellas? ¿Qué contenidos reales hay tras los acuerdos a los que se han llegado? ¿Cuáles son las «líneas rojas» que les separan realmente? ¿Nos llega algo de ello? La sensación que percibo es que sólo podemos ver la punta del iceberg, un trozo de hielo mediático y circense. En definitiva: la función de circo. Claro, se me olvidaba… Si en la tele hablamos que la inflacción subyacente es de «x», o que la deuda supera el P. I. B., o que el IBEX35 ha bajado un «y»% con respecto a… pues pasamos a otra cadena. España es «asín».
Después de este exagerado sainete sobre mi visión de España, quiero señalar que debemos aprender todos. Tanto los políticos a dialogar, escuchar, ceder; como los ciudadanos a preocuparnos, a ser críticos, a ponderar a nuestros representantes más allá de unos colores, de unas siglas.
En España hay un nuevo escenario, que no ha habido nunca. La posibilidad de unas nuevas elecciones (que espero que no se produzcan) nos demuestran que no hay cultura de diálogo real entre partidos, nadie quiere ceder porque creen que ceder es perder. Quizás tengan miedo a aparecer como perdedores ante la opinión pública, porque nadie quiere votar a un partido que no vaya a ganar. Y sin embargo, mientras nadie ceda, la que pierde es España, sin unas líneas claras que marquen unas nuevas leyes (sean más conservadoras o más progresistas).
Mientras tanto, una de cada 5 personas en edad activa está en paro, un 45% de nuestros jóvenes menores de 25 años está igualmente en paro, sucesivas generaciones se ponen de acuerdo en afirmar que cada ley de educación es peor que la anterior, tenemos una deuda tan grande como nuestro P. I. B., la «hucha» de la Seguridad Social va a conocer las telas de araña dentro de poco; los llamados recortes están eliminando la clase media, haciendo cada vez mayor la brecha en los estratos sociales; 13,6 millones de personas están en riesgo de pobreza o exclusión social (casi un 30% de la población)…
Pero sin embargo, si estos problemas no fueran suficientes para lastrar un país, quienes están ocupando sus cargos para intentar solucionar estos problemas, son incapaces de dejar a un lado sus intereses partidistas (e incluso personales, lo que es mucho más grave) y buscar un mínimo proyecto común. Ni se han enterado que en España ya no habrá gobiernos de mayorías absolutas, ni será posible gobernar de ahora en adelante sin contar con el apoyo de al menos uno o dos partidos. Eso sí, para no cambiar la Ley Electoral, ni para acortar los plazos de esta obsoleta metodología legal para formar Congreso y Gobierno, para eso sí que se ponen de acuerdo. Cada vez estoy más de acuerdo con esa filosofía que circula en las redes en la que si no son capaces de formar gobierno, deberían por ley retirarse de las listas y dejar a otros que sean quienes lo hagan.
Al final, voy a tener que darle la razón al canciller alemán von Bismark: «España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido».
Y de la corrupción… mejor ni hablamos, ¿no?