Había una vez… España


Llevo tiempo queriendo escribir algo sobre el tema de las elecciones; o mejor dicho, sobre esa materia global, llamada política, en España. Así que, sin ánimo de herir sensibilidades, y sin ánimo de ser ni si quiera respaldado, voy a escribir alguna parrafada al respecto.

Nunca me ha motivado especialmente la política; y sobre todo, nunca me he sentido bien representado por ningún partido político. Pero estoy indignado. Aunque quizás si empleo esta palabra, se me puede encasillar con una determinada ideología o algún partido político; así que cambiemos la palabra por «molesto».

Estoy molesto. Muy molesto. Y estoy molesto no se muy bien con quién, quizás con mis conciudadanos españoles, quizás con mis representantes políticos, quizás con los medios de comunicación.

Estoy molesto, no porque parezca que tenga que volver a votar ¡por tercera vez!, puesto que creo que es mi derecho y obligación como ciudadano; sino que lo tenga que hacer porque los representantes políticos de mi país no paren de mirarse el ombligo, darse bofetadas mediáticas y acusarse quejicosamente cual niños de parvulario.

Estoy molesto porque los medios de comunicación de mi país, absolutamente todos, sirvan más a sus intereses económicos, partidistas y particulares -desacreditando al contrincante político de turno-, que a la información veraz, independiente, ponderada y crítica con la realidad; la cual debería ser su verdadera vocación de servicio, sin afinidad a unas siglas políticas.

Estoy molesto con mis compatriotas. Somos tan apasionados como volubles. Lo que un día es idolatrado, pasa en pocos años, meses, o días a ser denostado, o peor, olvidado. Nuestra cultura de opinión total (llámenlo cultura de barra de bar, o de sillón de peluquería), llena los programas de televisión que son consumidos salvajemente. Los mismos contertulios que igual se atreven a opinar sobre la vida amorosa de un cualquiera, lo hacen también sobre el último debate electoral, o el fútbol que despliega la selección. Es claro que la opinión colectiva se forja más con la televisión (cada vez más basura), que con reflexiones personales más o menos críticas y formadas.

Pero quizás quienes más se lleven mi cuota de cabreo, sean los políticos. La llamada clase política. Quizás sea lo más fácil. Son los que están más expuestos. Y quizás sea por mi parte un poco burdo meterles a todos en el mismo saco. Sin embargo, creo que todos comparten ciertas situaciones que les hacen gozar de mi «simpatía».

circo-circo

Bienvenidos al Circo de España

Mi manera irónica de resumir la situación política de nuestro país en el último año es que hemos pasado de una función circense de 2 compañías a un espectáculo formado por 4 compañías. Un espectáculo retransmitido diariamente y en el cual las dos nuevas compañías han imitado completamente el «modus graciosandi» -permítraseme el palabro- de las otras dos compañías. Los números del «y tú más», el «pos anda que tú», el «y no quiero mirar a nadie», han convivido con los números de lanzamiento de cuchillos y sables o el número del «pues ahora no te doy la mano para que se vea que no te ajunto». Las dos veteranas compañías que monopolizaban las funciones, parece que han encontrado cierta gracia con la llegada de las nuevas, pues han seguido utilizando sus mismos números, pero ahora han encontrado más adversarios a los que enfrentarse, lo cual resulta sin duda alguna más entretenido.

Todo ello, bien televisado, con titulares bien claros y contundentes. Cada compañía con sus colores bien diferentes, al igual que los equipos de fútbol, para que se les pueda identificar bien. Toda un función con su escenografía bien estudiada. Cada movimiento, cada atuendo, cada palabra, cada fondo…

¿Y detrás? ¿Y lo que es la política? Está claro que sólo el que gobierna puede hacer política real gestionando recursos, marcando líneas para cumplir unos u otros objetivos. Pero… ¿qué se sabe de los hilos que manejan a las compañías circenses? ¿Qué pactos existen entre ellas? ¿Qué contenidos reales hay tras los acuerdos a los que se han llegado? ¿Cuáles son las «líneas rojas» que les separan realmente? ¿Nos llega algo de ello? La sensación que percibo es que sólo podemos ver la punta del iceberg, un trozo de hielo mediático y circense. En definitiva: la función de circo. Claro, se me olvidaba… Si en la tele hablamos que la inflacción subyacente es de «x», o que la deuda supera el P. I. B., o que el IBEX35 ha bajado un «y»% con respecto a… pues pasamos a otra cadena. España es «asín».

Después de este exagerado sainete sobre mi visión de España, quiero señalar que debemos aprender todos. Tanto los políticos a dialogar, escuchar, ceder; como los ciudadanos a preocuparnos, a ser críticos, a ponderar a nuestros representantes más allá de unos colores, de unas siglas.

En España hay un nuevo escenario, que no ha habido nunca. La posibilidad de unas nuevas elecciones (que espero que no se produzcan) nos demuestran que no hay cultura de diálogo real entre partidos, nadie quiere ceder porque creen que ceder es perder. Quizás tengan miedo a aparecer como perdedores ante la opinión pública, porque nadie quiere votar a un partido que no vaya a ganar. Y sin embargo, mientras nadie ceda, la que pierde es España, sin unas líneas claras que marquen unas nuevas leyes (sean más conservadoras o más progresistas).

Mientras tanto, una de cada 5 personas en edad activa está en paro, un 45% de nuestros jóvenes menores de 25 años está igualmente en paro, sucesivas generaciones se ponen de acuerdo en afirmar que cada ley de educación es peor que la anterior, tenemos una deuda tan grande como nuestro P. I. B., la «hucha» de la Seguridad Social va a conocer las telas de araña dentro de poco; los llamados recortes están eliminando la clase media, haciendo cada vez mayor la brecha en los estratos sociales; 13,6 millones de personas están en riesgo de pobreza o exclusión social (casi un 30% de la población)…

 

Pero sin embargo, si estos problemas no fueran suficientes para lastrar un país, quienes están ocupando sus cargos para intentar solucionar estos problemas, son incapaces de dejar a un lado sus intereses partidistas (e incluso personales, lo que es mucho más grave) y buscar un mínimo proyecto común. Ni se han enterado que en España ya no habrá gobiernos de mayorías absolutas, ni será posible gobernar de ahora en adelante sin contar con el apoyo de al menos uno o dos partidos. Eso sí, para no cambiar la Ley Electoral, ni para acortar los plazos de esta obsoleta metodología legal para formar Congreso y Gobierno, para eso sí que se ponen de acuerdo. Cada vez estoy más de acuerdo con esa filosofía que circula en las redes en la que si no son capaces de formar gobierno, deberían por ley retirarse de las listas y dejar a otros que sean quienes lo hagan.

Al final, voy a tener que darle la razón al canciller alemán von Bismark: «España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido».

Y de la corrupción… mejor ni hablamos, ¿no?

Resurrección


El primer día de la semana, muy de mañana…

Podría ser el inicio de un cuento, una novela, unos dibujos animados…, o de un superproducción de Hollywood. Sin embargo, estas palabras pertenecen al evangelio de Lucas.

Simplemente son 9 palabras. Y sin embargo, me predisponen con alegría a seguir leyendo un relato que cuenta algo que es muy importante para mí. Son para mí unas palabras que están llenas de vida; porque las asocio, no solo a un contenido teórico relacionado con la resurrección, no solo a unas ciertas experiencias personales relacionadas con la vivencia de Pascuas juveniles, sino también a ciertos cambios profundos que han marcado tanto mi forma de ser, como mi forma de actuar.

Puedo decir que esas 9 palabras, y las que siguen, configuran mi vida. La han configurado hasta ahora y probablemente la configuren más adelante. Para mí, son palabras vivas, que se actualizan y siguen vigentes. Para mí, son palabras llenas de vida y que me dan la vida.

Después de esta confesión un tanto rotunda a la par que trascendente, me lanzo a desentrañar lo que para mí es la resurrección. Y lo escribo, después de leer la reflexión personal que una luciérnaga ha escrito en su blog. Coincido en gran parte con ella en la reflexión que desarrolla, aunque ni la historia personal, ni el camino recorrido hasta llegar a la misma sean parecidos.

El hecho físico

Para lamento de las cadenas de televisión, en las primeras décadas del siglo I, ni existían realities con cámaras 24 horas haciendo streaming desde el sepulcro, ni había enviados especiales a la Jerusalén de entonces. Lo que nos ha llegado a nosotros tras un par de milenios, es a través de los evangelios y de la historia de la iglesia entre otras fuentes.

No obstante, me apetece reflexionar sobre la importancia que le damos al hecho empírico para fundamentar pensamientos y creencias. En efecto, necesitamos pruebas, no podemos articular un mínimo razonamiento lógico sobre arenas movedizas. Sin embargo, a nivel de creencias, no podemos porfiarlo todo a la razón. Si no, no tendríamos creencias, tendríamos ciencia, física, matemática…

Los creyentes no somos historiadores que necesiten necesariamente hechos para desarrollar sus tesis. Necesitamos hechos. Pero leídos, vividos y rezados a la luz de la vida y la fe. Ciencia y fe no son incompatibles, sino todo lo contrario, se necesitan para acercarse a una comprensión más íntegra, plena y actualizada de la realidad… y de Dios.

Quizás sea un gran reto para el cristiano del siglo XXI, y por ende de la iglesia y la teología, construir las creencias sin necesidad de crear incompatibilidades con el campo científico. O más aun, deambulando como Cerbero entre dos mundos: el de la explicación mítica/mágica y el de la argumentación creyente de hechos metafísicos como es el que nos ocupa. Creo que la iglesia no necesita argumentar la resurrección física de Jesús para justificar su divinidad. El cristiano del siglo XXI ha madurado.

Quizás sea la gran tentación de nuestros tiempos: construir sobre roca los cimientos de la fe sin temor a renunciar a una explicación más cercana a la magia, a la literatura simbólica, al mito. La leyes de la física y de la naturaleza son inviolables. Y los renglones de Dios, por muy torcidos que sean, no necesitan ser enderazados a escuadra y cartabón. Otra cosa es que con líneas rectas nos resulte más fácil, y en cierta medida, más cómodo «leer» a Dios.

Mi joven experiencia personal, me habla de que no es necesario hacer una excepción a las leyes de la naturaleza para comprender (o acercarse) al fenómeno de la resurrección. Tampoco lo es para contemplar la hermosa huella de Dios en la infinitud del inacabado proceso de creación. Génesis y Big Bang no se oponen. Muerte física y Resurrección cristiana tampoco.

 

Escarbando un poco

Entonces, la resurrección ¿qué es? ¿De qué estamos hablando? ¿Es una metáfora? ¿Es un artificio teológico para fundamentar el génesis de la iglesia y la divinidad de Jesús? ¿Es algo que será siempre imposible de explicar para los humanos?

Mi experiencia creyente me sugiere que tiene un poco de todas las anteriores suposiciones, lo que podría parecer a todas luces un gran engaño. El gran timo de la iglesia para autoengañarse. Sin embargo, ni creo que el fin de la iglesia sea autoengañarse, ni creo que todo esto sea un mito. Para mí la resurrección tiene una gran dosis de verdad observada con los ojos de la fe. Pero no es fácil. Veamos.

Se muy poco de Teología. Pero me preocupo de lo que creo y de cómo mis creencias -que varían, crecen y mueren como cualquier ser vivo- participan en mayor o menor medida del magisterio de la iglesia. Por ello, me considero en cierta manera un poco teólogo. Aunque suene presuntuoso.

Cuando uno se acostumbra un poco a leer el Nuevo Testamento, se da cuenta de la barrera histórica, religiosa y principalmente cultural que nos separa con el mundo romanizado del siglo I. Es como manejar un programa en MS-DOS. Se puede funcionar con él, pero no se entiende el funcionamiento interno del mismo.

Mi intuición me dice que alguna que otra vez, en el Nuevo Testamento se ven obligados -las diferentes comunidades redactoras de los evangelios- a buscar la cuadratura del círculo con la figura de Jesús; de tal manera que se cumplan en él profecías y promesas que aparecen en el Antiguo Testamento. Podríamos explicar las citas referentes a la resurrección por ese camino también.

Aparecen en el A. T. algunas citas que hacen referencia a algo parecido a lo que será después la resurrección de Jesús:

Después de dos días nos dará vida; al tercer día nos levantará y así viviremos en su presencia. (Os. 6, 2).

 

El Señor envió un pez gigantesco para que se tragara a Jonás y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días con sus noches. (…) El Señor dio orden al pez de vomitar a Jonás en tierra firme. (Jon. 2, 1.11).

En relación a esta segunda escena, nos encontramos en el evangelio de Mateo una referencia a la historia de Jonás y el gran pez y su actualización en la figura de Jesús.

«Como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches» (Mt. 12,40).

Puesto que ni es mi intención hacer un estudio profundo de las fuentes que podrían sustentar el episodio de la resurrección de Jesús; ni me encuentro en condiciones para hacerlo, me quedo con esta pincelada; que para mí sustenta en cierta medida los relatos de la resurrección. Los evangelios no pretenden engañar, sino hacer ver a la incipiente iglesia que en Jesús se cumplen las promesas que Dios había hecho al pueblo de Israel con la figura de un Mesías.

Vida y muerte. Muerte y vida.

Quizás haya que abandonar el campo exegético y aterrizar en nuestras experiencias cotidianas para tomar otra perspectiva que nos permita ver la resurrección con más riqueza.

Física y biológicamente la muerte humana es el final. Es letal. Definitiva. Rotunda. Lo más cierto de la vida. Absoluta. Total. Fatal. Es el fin. No hay segundas partes conocidas, ni es un sueño del que despertar. Es así de crudo. Humanamente la muerte es el fin, es la última hoja del único libro de nuestra vida. No descubro nada nuevo. Pero sí creo conveniente tener claro este punto.

Sin embargo, tanto para cristianos, como para no cristianos, la muerte nos abre las puertas a un nuevo estadio, abierto a un sinfín de posibilidades y de interpretaciones. Quizás el hecho de estar abiertos a este horizonte nos hace ser a todos seres creyentes.

A nivel personal, he sufrido la muerte de un ser muy querido. Como creyente, estoy convencido que sigue permaneciendo de una forma que soy incapaz de explicar en mi vida. No de una forma mágica. Y no puedo concretar ni con hechos concretos, ni físicos que «noto» que permanece cerca de mí o en mí.

Como cristiano, puedo decir que creo (afirmación, no duda) que la persona muerta ha entrado en otro estadio. Que participa de otra naturaleza, que no es material y que creo que en su nuevo estadio, es más divina -participa más de la naturaleza de Dios- que en su anterior estadio físico y humano. Y creo además que el amor que el difunto entregó en vida, «funciona» como enlace entre el difunto y los vivos en la medida que el difunto lo practicó con los seres a quien quería.

El catecismo de la iglesia explica con otras palabras la resurrección de Jesús:

Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (Catecismo de la Iglesia Católica, 645).

Al igual que lo que sucede con mi ser querido, creo que algo similar sucedió con las personas allegadas a Jesús. El amor que él les tenía no solo fue el motor que les impulsó a seguir adelante con el Reino de Dios que inició el mismo Jesús, sino que sentían su presencia tan fuerte como cuando estaba vivo entre ellos.Sólo se puede explicar la resurrección desde un punto de vista cristiano con el prisma del amor. Sin amor, se quedará en una fábula, en un engaño, en un mito.

Y ese amor, o esa cierto sentimiento de presencia de Jesús fue lo que provocó el crecimiento y consolidación del cristianismo desde Jerusalén, pasando por Asia Menor hasta llegar a Roma donde se convirtió en unos siglos (y de aquella forma…) en religión oficial. Los discípulos en vez de volver a su vida anterior, se pusieron en peligro volviendo a Jerusalén, jugándose la vida allí. Algo muy fuerte, vital, profundo y esperanzador les sucedió para moverles a hacer lo que hicieron. Y no eran precisamente unos adolescentes.

Y… ¿hoy qué?

Creo que como cristianos del siglo XXI tenemos el deber de hacer el esfuerzo de actualizar nuestra fe. No es tarea fácil. Ayer mismo, -casualidades de la vida- acudí a una misa de exequias y escuché como el sacerdote se aferraba a una resurrección física tanto de Lázaro, como de Jesús, para argumentar la esperanza del cristiano en una vida después de la muerte. Y aunque esté de acuerdo en el fin del argumento, creo que la trama merece ser profundizada y actualizada.

El catecismo de la iglesia habla de la resurrección de Jesús como un acontecimiento real, físico e histórico. «El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento» (Art. 639), y más aún en el 643: «Ante estos testimonios (mujeres y discípulos) es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano». Y desde mi punto de vista, no debería aferrarse únicamente al hecho de la resurrección desde estos términos.

Quizás el problema profundo de la resurrección, sea un tema semántico, en el que cada persona y cada sensibilidad, tienen una percepción única de un hecho metafísico sobre el que es fácil caer en términos mágicos. Además las obras de arte, y las películas han ido construyendo una iconografía que ha dejado huella en toda nuestra cultura.

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De esta manera, me gustaría que este artículo consiguiera en cierta medida hacer reflexionar sobre el hecho de la resurrección. Y además manifestar que el cuestionamiento de una resurrección real/física/histórica en contra de lo que propone el catecismo, no debería suponer un pensamiento herético o alejado del dogma de la iglesia, sino un acto de madurez de fe y en definitiva de un acto de madurez de la iglesia.

A nivel personal, considero a la resurrección como uno de los soplos de espíritu que más alientan mi fe, me habla de un volver a nacer, de reconciliarme conmigo mismo, de volver a creer con más fuerza si cabe, de la utopía generada por el amor, de amar con las menores condiciones posibles, de atreverse a entregarse con pasión, de sentir a un Dios madre con mayor capacidad de amar, de sentir la esperanza como una realidad palpable, como una certeza posible…

Podría seguir escribiendo y desarrollando lo que creo y vivo con la resurrección, pero me quedo con lo que me sugieren las 9 palabras con las que empezaba este artículo. Unas palabras que me hacen creer en la resurrección.

“El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día“. (Lc. 24, 1-7).

El Toro de la Vega


Hoy se celebra en Tordesillas (Valladolid) el famoso Toro de la Vega, dentro de las Fiestas de Nuestra Señora de la Peña. El festejo consiste en realizar un encierro, con un único toro, partiendo de las calles del pueblo, cruzando el puente sobre el Duero hasta conducirle a la vega, donde da comienzo el torneo. La finalidad de dicho torneo es dar la muerte al toro por parte de los mozos contendientes con una lanza -bien a pie, bien montados a caballo-, antes de que el astado salga de unos límites establecidos que le asegurarían el indulto.

Durante las últimas décadas, y especialmente en los últimos años, la polémica se ha visto acrecentada en torno a este festejo taurino; ya que los defensores del evento -principalmente tordesillanos y amantes del mundo taurino- se ven acosados por los antitaurinos y partidos políticos en defensa de los animales, que protestan más o menos enérgicamente en pro de la defensa de la vida animal.

El meollo central de la cuestión es el sufrimiento del animal y el estrés y el maltrato que sufre hasta ser llevado a su muerte -en el caso de producirse-. Leyendo a veterinarios, afirman que el sufrimiento que el animal sufre es grande. Desde mi simple -y compleja- condición humana, he de decir que la muerte siempre conlleva un fin de la vida y que producida -la muerte- de este modo artificial, desproporcionada, violenta, no puede ser sino nada menos que traumática.

Sin embargo, sí me atrevo a expresarme sobre la necesidad y la conveniencia de esta muerte. ¿Cuáles son los motivos que llevan a este ritual taurino? Fundamentalmente tres: la defensa de la tradición popular, la defensa del arte de la tauromaquia, y la diversión y el disfrute humano.

A). Soy el primero que ama las tradiciones, y más aún las de mi tierra castellana; pero esta defensa de las tradiciones, que son las que dan identidad, cultura y autoestima al pueblo, debe ir de la mano con la reflexión del sentido de las mismas. No debemos caer en la defensa a ultranza de las tradiciones únicamente por ser eso, tradiciones. Ni se debe ver en los que dudan o protestan de las mismas, como enemigos acérrimos de la cultura popular, ni del terruño. (Sobre esto hablaré más adelante). Estoy absolutamente convencido de que los defensores de la vida animal no quieren abolir, ni destruir la rica historia de Tordesillas, ni sus festejos, ni sus tradiciones. Un ejemplo de la evolución de las tradiciones en este sentido, se produjo en el zamorano Manganeses de la Polvorosa, donde hasta 2002 se tiraba una cabra del campanario parroquial por las fiesta de San Vicente, ese año se prohibió (no sin la protesta popular).

B). Sobre la defensa del arte de la tauromaquia, he de reconocer que la tauromaquia es un arte. Un arte con unos componentes históricos, estéticos e identitarios muy grandes. En la tauromaquia se reconoce a una España añeja, cañí (como titula uno de los pasodobles) y para algunos, una España fetén, de pura raza. Un arte con una intrahistoria muy interesante y bien entrelazada con lo que significa lo masculino y lo femenino y el baile/lucha entre el hombre y el animal. No es mi intención dudar de la riqueza de la tauromaquia y lo que significa para España, ni siquiera dudar de que sea un arte. Sin embargo, he de decir que no porque sea arte, su fin último esté legitimado.

C). Y por último, queda la diversión y el disfrute humano como motivos para que los festejos taurinos (no solo el Toro de la Vega) sigan llevándose adelante. Indudablemente la adrenalina que supone la lucha de tú a tú con un animal capaz de matar, y el «juego» con el peligro y la muerte desempeña un papel muy importante en el festejo. Quizás no haya ningún otro divertimento en el que cualquiera pueda enfrentarse a la muerte cara a cara de esta manera. Es un reclamo a la liberación de adrenalina humana, como lo son los deportes de riesgo, o las atracciones de feria; pero en ellos no entra en juego la vida de un animal.

Como resumen a estos tres puntos, concluyo que la muerte del animal es absolutamente prescindible, como lo es el trance previo a la misma y como es el divertimiento que provoca el evento en sí. Y esto, aunque vaya en detrimento de la tradición, del arte de la tauromaquia y del disfrute humano; no vale lo suficiente como para seguir manteniendo este festejo a cualquier costa. No es necesario matar a un animal de esa manera (no es con un disparo en la frente, precisamente) para continuar con una tradición, ni para perder la riqueza de la tauromaquia, ni para seguir divirtiéndose.

Y además, pero no por ello debemos sentirnos con el poder de jugar con la vida; o mejor dicho, con la muerte animal, porque tengamos la potestad para hacerlo. Pues no solo tenemos poder para acabar de forma cruel con la vida -los nazis fueron muy creativos al respecto-, sino también estamos dotados de corazón y cabeza para ser lo más justos posibles tanto con el mundo animal, como con la Tierra en la que habitamos. pero esto ya es otro problema. El mozo lancero que porta el rabo del toro como trofeo y que es aclamado popularmente, representa fielmente ese triunfo y dominio del «poderío» humano sobre la naturaleza. Tan abominable es la muerte cruel, como el pavoneo del mozo, como el clamor popular que ensalza la hombría que ha hecho.

Sin embargo, creo que en esta problemática, tan polemizada y amplificada (interesadamente porque interesa, porque vende) por los medios de comunicación, merece la pena esforzarse por contemplar el problema desde una perspectiva mesurada. Por un lado, porque el empleo de la violencia, de los exabruptos, deslegitima los argumentos de quien los utiliza. Y desde un punto de vista más global, porque es necesario ponderar la vida humana y la vida animal.

La vida de un animal, no es más válida que la de una persona. Por supuesto que la vida de «Rompesuelas» no vale más que la de cualquier ser humano. Por supuesto que la defensa de las vidas animales no vale más que la defensa por las vidas humanas. Pero sin embargo, al igual que se defiende, trabaja y protesta por las injusticias que sufren tantos miles de personas, no se debe cejar en defender también la vida animal. No porque una causa mayor siga abierta, se debe renunciar a defender esta causa, que es igual de lícita.

La sensibilidad para sentir el sufrimiento animal no es don que posean todas las personas. Y ese sentimiento tan visceral, quizás haya llevado a protestar de forma incorrecta y violenta a los antitaurinos a lo largo de las últimas décadas. No creo que esa sea la forma correcta de defender el derecho a la vida animal. Y por el contrario, el aferrarse a la tradición del «se ha hecho así toda la vida» ante los ataques de los antitaurinos, tampoco es la mejor forma de defenderse.

Vuelvo al tema de la perspectiva: es muy difícil que un alcalde de Tordesillas, sea del signo político que sea, logre suprimir esta fiesta, porque será difícil que carezca de la perspectiva necesaria para afrontar este problema y nunca se va a poner en contra de la mayoría del pueblo. Debe ser a nivel autonómico, o mejor nacional (pues el de Tordesillas no es el único caso de maltrato animal de España), donde se establezca el debate necesario para que se ajusten las leyes tanto al derecho de la vida animal, como al derecho a mantener la tradición y a no perder la esencia del festejo. Mientras el Toro de la Vega sea legal, los tordesillanos estarán en su derecho de defenderlo. Aunque, que sea legal, no quiere decir que sea mínimamente racional, ni ético lo que se hace con el animal.

Espero que 2015 haya sido el último año en que se haya «celebrado» el Toro de la Vega.

Cónclave


Un lugar

Si hablo de la capilla de la Asunción en el Vaticano, probablemente pienses que es alguna capilla secundaria dentro del vasto complejo de los palacios vaticanos. Sin embargo, si te digo que dentro se suele colocar una estufa (actualmente dos), que se suele utilizar en los cónclaves y que en sus paredes y bóvedas están los frescos más importantes de la historia del arte, pues probablemente llegues a la conclusión de que me refiero a la Capilla Sixtina.

Popularmente conocida así debido al pontífice Sixto IV, que mandó construirla sobre una capilla anterior del trecento; la Sixtina, que simula las dimensiones bíblicas del Templo de Salomón (cuya onomástica hoy se celebra), refleja a mi modo de ver perfectamente la forma de ser de los italianos: es la conjugación perfecta entre la practicidad romana, con la austeridad medieval y una forma de interpretar la belleza que ningún país es capaz de igualar. Muros de tosco ladrillo que soportan frescos renacentistas. Antiestéticos contrafuertes que sostienen un pasillo sobre arcadas típicas medievales. Frescos pintados por las mejores manos de la historia del arte. Y la chimenea. ¿Qué decir de la espontánea y relevante chimenea? Más adelante hablaré de ella.

Cuando llegas allí, tienes la conciencia que entras en un lugar único, especial, privilegiado. Quizás los cientos de personas que te rodean, te impiden contemplar ese momento con la trascendencia que te gustaría; pero aún así, estar en la Sixtina es como estar dentro de la historia, dentro de un cuadro, dentro de la iglesia. Sientes que minúsculamente perteneces a la iglesia, eres parte de la historia y eres parte del arte. Quizás sea porque ver, respirar de aquella atmósfera es una prueba de fe: esto existe, y estoy dentro. Estos frescos, este ambiente existe y yo lo estoy viendo, palpando, respirando, no está solo en los libros, en las fotos, en la historia, yo lo estoy viendo, estoy dentro. Y lo que es mejor todavía; piensas: este espacio también está hecho para mí, también fue construído para mí, también fue pintado para mí, también está abierto para mí.

Affreschi Sistina Buonarrotti

Esto de que sea un espacio privilegiado, también lo piensa y siente la iglesia, concretamente en la Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis», sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice promulgada por Juan Pablo II:

(…) considerado el carácter sagrado del acto (del cónclave) y, por tanto, la conveniencia de que se desarrolle en un lugar apropiado, en el cual, por una parte, las celebraciones litúrgicas se puedan unir con las formalidades jurídicas y, por otra, se facilite a los electores la preparación de los ánimos para acoger las mociones interiores del Espíritu Santo, dispongo que la elección se continúe desarrollando en la Capilla Sixtina, donde todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado.

Un acto

Me llama la atención lo del carácter sagrado del acto, creo que a la vista del hombre contemporáneo, este es un rasgo que cuesta entender. El cónclave no es sólo un proceso electoral, es más que eso. Es un acto religioso. Por eso se hace en una capilla, la Sixtina. Por eso se realiza una Misa Pro Eligendo Romano Pontífice antes del cónclve. Por eso tienen todos los cardenales en la mesa del cónclave la Liturgia de las Horas. Por eso antes y después de encerrarse «con-clave» tienen un momento de oración en la Capilla Paulina. Por eso la Casa Santa Marta, donde se hospedan los cardenales, tiene capilla propia.

Sin embargo, con el prisma del siglo XXI, hay cosas que chirrían en esta liturgia para elegir pontífice. Y es difícil explicar y comprender que este ritual que se ha heredado, enriquecido y adaptado con el paso de los siglos, sea necesario en su totalidad para elegir un nuevo sucesor de Pedro. Dicho de otra manera, ¿es necesaria tanta parafernalia, secretismo y ritual para elegir un nuevo Papa? ¿Son necesarios un vestido de unos 6.000€ por cardenal, unas medidas de seguridad apabullantes con inhibidores de frecuencia y un tubo medio oxidado de metal para dar a conocer las votaciones?

Seguramente no. Pero el peso de la garantía que da la historia y el poso de la seguridad que da la liturgia son don razones muy sólidas como para cambiarlas de la noche a la mañana. La iglesia es por tradición una institución lenta al cambio; pero ese ir un paso por detrás, le da una gran confianza para ser conciencia crítica del mundo. Si se me permite, es como la abuela a la que consultar y a la que siempre se escucha su opinión y consejo, porque la vida ha demostrado que su criterio es a la larga certero, aunque pueda ser considerado erróneo en ciertos asuntos. No quiero entrar a polemizar más sobre esta sabia abuela.

Entiendo que con la liturgia de la elección de nuevo pontífice romano, la iglesia sigue enseñando que elegir un nuevo Papa es mucho más que un proceso electoral humano, pues es necesario dejar abierto espacio al componente divino y en concreto al Espíritu Santo, en el que recae la responsabilidad de la elección. Me parecen interesantes unas palabras del ya Papa emérito Benedicto XVI antes de ser Papa, en 1997:

El papel del Espíritu Santo hay que entenderlo de un modo más flexible. No es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas.

Una buena forma de vivir la fe: desde la libertad del criterio humano de los cardenales y desde la gracia que siempre se derrama.

Un símbolo

En estos días, la iglesia con el Espíritu está decidiendo su futuro a corto y medio plazo, está tomando una decisión grave, importante, que marcará el rumbo de la teología, la dogmática, la liturgia, la pastoral, etc, etc… Y frente a ese evento tan importante, y tan seguido por millones de personas: la espiritualidad de la chimenea.

Vivimos en un mundo veloz, que necesita respuestas inmediatas a situaciones urgentes, que es capaz de obtener cualquier información en la palma de la mano y en el momento, que requiere diferentes vías para contrastar las noticias.  Lo que escupe un tubo provisional de un color indeterminado es la respuesta de la iglesia al mundo. Blanco o negro. A ninguna hora concreta, pues el horario puede cambiar. No hay otra forma. No hay más. En plena sociedad de las redes sociales y las webs 2.0, la iglesia y el Espíritu hablan en humo. ¿Hay algo más intangible? ¿Hay algo más voluble? Para mí es una lección.

Gaviota sobre la chimenea de la Capilla Sixtina

Seguramente el cónclave podría ser retransmitido on-line en streaming, podríamos ver las diferentes tendencias en la iglesia, veríamos alguna discusión seguramente, veríamos cómo rezan, o cómo comen… ¿Pero es eso importante? ¿O lo importante es que se elija a un nuevo Papa?

Un futuro

Sin embargo, creo que la iglesia todavía tiene mucho camino por andar. ¿Dónde tiene cabida la mujer, que juega un papel tan importante en multitud de parroquias? ¿Dónde tienen voz los sin voz, los empobrecidos, los últimos, las prostitutas, los pecadores, los humildes? ¿Qué confianza debemos otorgar a estos «pro-hombres» nombrados cardenales que necesitan de complicados sistemas de telecomunicaciones -y pena de excomunión- para asegurar su silencio? ¿Dónde tiene cabida la juventud -y la madurez- en este grupo de sexagenarios, septuagenarios y octogenarios? ¿Cómo puede el mensaje revolucionario de Jesús no chirriar entre mármoles, oros y zapatos de becerro no nato?

Espero que la iglesia, santa y pecadora, como se dice siempre, siga respondiendo a la llamada de Dios, siga caminando (aunque algún paso por detrás, pero caminando), siga viva con sus tensiones entre progresistas y moderados, entre tradición y actualidad, entre liturgia y espontaneidad… Y siga con su espiritualidad de la chimenea.

La renuncia de Benedicto XVI


No soy precisamente un defensor de la figura del Papa, ni de su cargo: el papado. Tampoco me considero alguien que defienda que es una figura que deba desaparecer. La verdad es que no me gustaría estar en su pellejo. Ni antes, ni ahora, ni dentro de unas semanas.

Tenía ganas de escribir unas líneas sobre la renuncia del Papa, a la luz de algunos artículos que he leído entre la maraña de tendencias e ideologías que cohabitan en el mundo cristiano y en el profano, por así decirlo.

Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.

Benedicto XVI. Declaratio. 10 de febrero de 2013.

Por un lado, hay un primer punto que genera mucha polémica, y es si nos creemos que el estado de salud sea la única causa de la renuncia del Santo Padre. He leído diversos artículos que parecen estar escritos dudando de que su ancianidad sea la única causa de ello, algunos lo muestran abiertamente; otros escriben dando por supuesto que hay mucho más de lo que se nos quiere hacer ver.

Sinceramente, dudo mucho que lo lleguemos a saber en la futura historia reciente de la Iglesia. Pero creo que aquellos que siempre ponen en solfa la credibilidad de la Iglesia, han visto en esta renuncia una herida purulenta por la que supuran los males de la curia vaticana.

Mi opinión personal desde el desconocimiento del carácter del Santo Padre, es que Benedicto XVI es una persona de gran profundidad, de gran calado espiritual y sobre todo muy inteligente. Creo que bajo ningún concepto considera su ministerio como un cargo político al que uno se aferra o se baja según vengan bien o mal dadas. Creo que es consciente de la grandísima responsabilidad que conlleva su cargo, y por tanto su renuncia. Por lo que, no creo que haya renunciado por luchas de poder en el seno del Vaticano -no dudo que las haya-, como un acto de egoísmo, o como un acto de rebeldía y frustración ante la vorágine de noticias antievangélicas que han salpicado al Vaticano.

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Un segundo punto, que genera un mayor debate teológico y quizás humano, es el siguiente: si nos creemos que el Papa renuncia únicamente por razones de salud, ¿qué le diferencia de su predecesor Juan Pablo II? ¿Por qué el Papa polaco aguantó hasta el martirio -diría yo- y Benedicto XVI prefiere no coger la palma del martirio?

La historia no es precisamente la mejor defensora de Benedicto XVI. Que en 6 siglos no haya habido ninguna renuncia papal, no le asemeja a sus antecesores, le hace ser una rara avis dentro de la fauna pontifical, si se me permite la vulgar expresión. ¿Por qué si sus antecesores murieron con la tiara papal, este anciano Papa decide romper esa ley no escrita y renunciar al cargo?

«Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.»

Código de Derecho Canónico. Canon 332.

Y no sólo ello, avanzo un poco más. Existe una cuestión que merodea en el trasfondo: si un Papa es elegido por el Espíritu Santo -mediante cónclave-, ¿la renuncia significa un no a Dios?, ¿la renuncia significa una mayúscula respuesta egoísta frente a la exigencia del ministerio encomendado?

La pregunta tiene mucha miga -tanta, que soy incapaz de llegar al fondo de ella-, pero prefiero no quedarme en el currusco o en la corteza. Desde mi punto de vista, entiendo, o quiero entender, los fundamentos de su decisión desde la teología. Y recordemos que quizás sea el mayor teólogo que tiene la Iglesia.

Creo que su renuncia está tomada desde su relación cercana con Dios. Sólo me cabe entenderla desde este punto de vista. Desde un Dios que se hizo humano, que no exige a cada uno más de lo que puede dar, de un Dios que no quiere sacrificios gratuitos, que habita en el corazón de cada hombre y que siempre tiene la capacidad de sorprendernos. ¡Vaya si ha sorprendido!

Desde mi punto de vista, la renuncia del Papa es un acto de sinceridad, de franqueza y de valentía por romper la tradición y por crear incertidumbre en los fieles. Pero no sólo eso, para mí demuestra que Dios sigue haciéndose hueco en el corazón de los hombres, aún en la cúspide del poder, desafiando convencionalismos, desafiando a la historia y desconcertando a quienes creemos en él.

Probablemente Juan Pablo II pensó en renunciar y en cambio decidió -se sintió llamado- a asumir su ministerio hasta su muerte, hasta las últimas consecuencias, mostrándose humildemente al mundo como un anciano enfermo. Seguramente los últimos meses, quizás años de su pontificado, no fue él quien por sus limitaciones asumió totalmente las tareas que su cargo conllevaba y fueron otros quienes lo hicieron. Ahora Benedicto XVI, quizás previendo esta situación, haya conseguido que con su renuncia, el Papa lo sea como tal; asumiendo con plenitud de fuerzas, salud y espíritu todo su pontificad, de principio a fin; sin ayudantes, sin suplementos.

Los dos últimos papas han dado dos respuestas diferentes a su llamada al ministerio pontificio. Para mí las dos son válidas, las dos son muy valientes, las dos son coherentes, las dos son complementarias, no opuestas y las dos hablan de una relación muy estrecha con Dios. Y creo que eso es muy positivo para la Iglesia.